Archivo 26/07/12
Se encontraban un grupo de niños
en el paseo de primavera organizado por su colegio Era un bello día a finales
de septiembre, el bus estaba aparcado junto al complejo deportivo que tenía un
comedor y varios campos de juegos para niños y deportivos también. La profesora
decidió que sería conveniente tenerlos jugando en la parte más profunda del
complejo, para así no ser molestados ni amenazados por el ruido de los
automóviles de la carretera.
Entre juego y juego Alfredo,
Miriam, Pablo y Martha estaban impacientes por irse a jugar con la pelota de
Pablo y llegaron a escuchar a las justas la indicación de la maestra de no
alejarse más alla de la reja que rodeaba el complejo. Jugaban a “La mata gente” cuando Alfredo fue alcanzado por la pelota y
en su enojo le propinó una fuerte patada, lanzándola fuera de la reja y así,
fuera del campo permitido. Alfredo, que provenía de una familia adinerada no
tuvo mayor reparo en la pérdida de la pelota de Pablo, quien era hijo de unos
panaderos y que había prácticamente heredado dicha pelota de su abuelo en su
reciente cumpleaños en el mes de Julio, por lo que éste se fue corriendo tras
la pelota hasta llegar a la reja.
Las niñas, siempre más dóciles… o
más rígidas, le recordaron de la indicación de la profesora. Pablo les dijo que
más le temía a su padre y a su abuelo juntos que a la maestra; por lo que tras
un barrido ya estaba al otro lado de la reja. Viendo esto, las niñas le
increparon a Alfredo que vaya a detenerlo, pues todo el bolondrón fue producto
de su lentitud para dejarse atrapar por la pelota y por la cólera. Ya iba a ser
la hora del refrigerio, por lo que debían volver antes de que la maestra
empiece a buscarlos.
Finalmente acordaron en ir los 3
pues Miriam y Martha no querían quedarse a tener que explicar a la maestra a
dónde se habían ido sus compañeritos y Alfredo porque quería retornar para
comer el sándwich de milanesa que su mamá le había mandado en la lonchera.
Corrieron y alcanzaron a Pablo que ya se encontraba algo más distanciado de
ellos.
La pelota se había alejado porque
más alla de la reja había una ladera que descendía por una pequeña colina.
Finalmente llegaron a un campo de maizales y sin saber muy bien por qué,
simplemente se adentraron en él. Era
denso pero estrecho, a poco rato estaban en el otro lado del mismo. El otro lado del campo era más bien floral,
con árboles frondosos ofreciendo su sombra, era como un jardín inmenso…
De pronto se oyó una puerta
abrirse lentamente y chirriar, como si le faltara aceite o si hubiera estado
cerrada por mucho tiempo.
-Quien anda ahí?- sonó la voz de
una viejecita
Los niños poco o nada pudieron
moverse antes de que la señora los advirtiera en medio de su jardín. Ella les
increpó el que su pelota haya derribado su más reciente maceta y que además ellos
al irrumpir tan brusca y deliberadamente, habían pisoteado las petunias que
acababan de brotar– y permanecían aun parados sobre ellas- Con aparente delicadeza los 4 niños se
inclinaron para ver debajo de sus zapatillas. Pablo iba a pedir disculpas pero
Alfredo se adelantó diciendo:
-
Pero si son sólo flores…
Se hizo un silencio total. Como
si hasta los pajaritos se hubieran dado cuenta de la impertinencia del niño
cachetón. La anciana levantó una ceja y dejó brillar su dientecito de oro tras
una sonrisa algo sarcástica. Los niños esperaban recibir algún grito o
rezongada, cuando de pronto la viejita los invitó a dar un paseo por el jardín.
Los 4 se tomaron instintivamente de las manitos y asintieron con la cabeza .
El jardín estaba muy bien
cuidado, tenía como estas rejillas de madera blanca, que delimitaban pequeños
cúmulos de flores que estaban dispuestos de tal manera que se dibujaban rosetas
y espirales a lo largo y ancho del jardín. Habían nardos, rosales, lirios,
geranios, margaritas y lavanda. Tenía también cada cierto tramo unos arbolitos
de campanillas blancas que a esa hora de la mañana reflejaban dulcemente los
rayos del sol. Era un hermoso lugar y el aroma que flotaba en el aire era
dulzón y fresco.
En el extremo opuesto del jardín
había un mini jardín demarcado con unas rejitas del mismo patrón y tamaño de
las otras pero en vez de color blanco, eran de color púrpura. En medio de ese
segmento de jardín estaban 4 macetas con tierra en ellas pero sin planta ni
flor. A un costado yacía un costal con paquetitos en su interior. La viejecita les dijo que escojan un tipo de
semilla del costal y que lo planten en cada una de las macetas, con la premisa
de que escojan bien pues el fruto de su siembra se lo llevarían a casa.
Los niños se quedaron en silencio
por un instante, se miraron unos a los otros y luego sonrieron a manera de
aceptar la consigna. Martha era quien estaba más próxima al costal y virtió el
contenido de éste sobre el suelo para que todos pudieran escoger a su antojo.
Se arrodillaron formando un círculo y empezaron a leer las etiquetas de los
paquetitos, de pronto se empezó a dibujar ciertos rasgos de sorpresa en el
rostro de los 4 niños y rasgos de satisfacción en el de la viejita.
“Pasión”, “Fortuna”, “Paciencia”,
“Sonrisas” eran algunas de las etiquetas. Miriam seguía buscando y revolviendo
los paquetitos ya que ella quería sembrar Dalias, porque eran las preferidas de
su tía abuela y ella nunca le dejaba tocarlas lo suficiente. Luego de un rato
dejó de buscar como sus otros amiguitos y se volvieron en conjunto para mirar
desconcertados a la viejita.
-
Vamos niños, que es lo que quieren cultivar?
Martha movió un poco las manitos
y encontró un paquetito que decía “Amistad”. Ella quería mucho a Miriam y
deseaba que sean amigas hasta que sean viejitas, pero primero tendrían que
prometerse que no se divertirían asustando a niños traviesos. Complacida se
levantó, sacudió la tierra de las rodillas y cogió una macetita. Removió la
tierra haciendo un pequeño agujero, abrió el paquetito, vertió las semillitas y
las cubrió con un puñado de tierra. Luego cargó la regadera con sus dos manitos
porque era muy pesada y empezó a echarle agua. Inmediatamente empezó a brotar
una hojita verde. Ella se sorprendió del crecimiento de la misma y continuó
echando agua. Empezó a brotar un tallo que se iba haciendo más grande de forma
lenta pero sostenida, luego empezaron a brotar botoncitos para las ramitas y
los esbozos de hojitas. Excitada por la curiosidad empezó a echar más
ávidamente el agua pero luego de un rato sus bracitos empezaron a cansarse por
lo que se detuvo un rato para reponerse. Inmediatamente las hojas y los tallos
empezaron a regresionar. Al ver esto, Martha cogió la regadera y volvió a rociar
agua, luego volvió a brotar la plantita hasta llegar a tener un capullo de flor
en la parte más alta.
Martha se mantuvo rociando agua
pero el botón no llegaba a florecer. Volvió a cansarse pero sabiendo que si se
detenía, la planta desaparecería de nuevo, le pidió a Miriam que le ayude. Esta
se había vuelto al piso a buscar la semilla que más le convenga y le dijo que
no podía ayudarla pues no tenía mucho tiempo y necesitaba encontrar su semilla
antes del almuerzo. Alfredo se había puesto a orinar alla detrás de unos
arbustos sin advertir lo que estaba sucediendo. Pablo se incorporó y se dispuso
a sostener los brazos de Martha con lo que finalmente floreció el capullo,
brotando una hermosa Dalia color carmesí. La niña dio un salto de felicidad y
abrazó a Pablo.
-
Muy bien, cultivaste amistad. No se pueden
obtener frutos de la misma sin que haya participación de ambas partes. Si Pablo
te hubiera quitado la regadera, tampoco hubiera florecido la Dalia puesto que
un amigo no te reemplaza sino que te apoya. Felicidades. Ahora solo faltan ustedes 3.
Miriam sostuvo un paquete, se
dirigió a su maceta, rompió una esquina de la bolsita con los dientes y
rápidamente la sembró. Al caer la bolsa se podía leer en la etiqueta “Belleza”.
Miriam siempre había recibido burlas por el tamaño y aspecto de su nariz, por
lo que muchas veces había fingido tener diarrea para no tener que ir al colegio
y así librarse al menos uno que otro día de las burlas. Empezó a regar la
semilla pero no brotaba nada, hasta que el agua se empozó en la macetita,
Miriam se inclinó para ver por qué no crecía nada, hasta que pudo distinguir su
reflejo en el agua. Lo primero que reconoció fue precisamente su nariz, con lo
que se sintió avergonzada. Ya se iba a disponer a alejar su rostro cuando empezó
a brotar un tallito verde. Ella se sintió incomoda y retiró el rostro, no
quería seguir viendo su perfil aguileño que tantas falsas diarreas le había
ocasionado. Al retirarse, el tallito se volvió a sumergir en la tierra húmeda.
Volvió a acercarse, pero el agua
se había absorbido, le aumentó agua y se volvió a mirar. En eso nuevamente
esbozó la planta, haciéndose más grandecita, emitiendo ramitas, luego hojas. Luego
de verse durante todo ese proceso, notó que su nariz era una parte de ella y no
al revez. Detrás de la nariz había toda una niña que merecía ser querida y
notada más que solo una parte de su cuerpo. La planta creció y en la punta
apareció el botón de flor que permanecía cerrado. Alfredo, que había retornado de su pausa la
miró y dijo:
-
Si lo que buscas en el reflejo es tu cara, la
encontrarás detrás de esa inmensa nariz!
Miriam quiso hacer lo de siempre:
patear al niño o salir corriendo en medio del llanto pero no, eso ya no
pasaría. Ella volteó sonriendo y le dijo:
-
No, no busco nada. Todo lo que necesito lo tengo
en mí.
En ese instante, el capullo se
abrió y brotó una bella rosa rosada. La viejecita se asomó a oler la flor y
luego de hacer un gesto de regocijo, se volteó hacia Miriam y le dijo:
-
Belleza encontrarás cada vez que te quieres a ti
misma y que sabes encontrar las cosas buenas en los demás. Y si no las
encuentras, puedes aprender a aceptarlos tal como son. No hay nada más hermoso
que ello! Felicidades. Y ustedes 2? Vamos muchachitos que no tengo todo el día!
Alfredo cogió la bolsita que
estaba más a la mano en ese instante y se dispuso a sembrar el contenido. “Poder”
decía en la misma. Luego cogió la regadera y se dirigió con una mirada traviesa
hacia sus compañeritos. Les prometió invitarlos a jugar a su mansión cuando
acabe de cultivar sus florecitas. Con el agua, empezó a brotar el tallo y luego
las ramitas. A diferencia de las otras plantas, esta tenía muchas ramitas, con
lo que Alfredo se paró derechito y sonrió más vanidosamente aun. Luego las
ramitas se empezaron a llenar de varios botones de flores, al ver esto, Alfredo
tiró la regadera y se dispuso a tomar los botones con sus propias manos. Quizás
el dinero se encontraría dentro de los mismos, pensó. Pero al momento que puso
sus manos en la planta, ésta empezó a regresionar. Volvió a regarla, volvió a
brotar la planta y volvió a intentar agarrarla. La planta volvió a regresionar.
Esto se repitió por un par de veces más hasta que finalmente Alfredo se tiró al
piso haciendo una mini pataleta. Para su sorpresa, la planta regresionó aun más
que cuando ponía sus manos sobre ella. Se calló y la planta dejó de encogerse. Finalmente
se levantó, suspiró, empuñó nuevamente la regadera y volvió a regar la planta,
esta vez prometiendo que tendría la fortaleza y paciencia necesarios para dejar
que la planta siga su proceso.
Cuando aparecieron los botones
para florecer, entendió que lo único que podía hacer era seguir regándola así
que eso hizo. Entonces, los botones rompieron y de ellos salieron blancas
margaritas con centro amarillo. El niño esbozó una gran sonrisa pero esta vez
cargada de humildad y respeto. La viejita le dio un leve empujón para asomarse
y ver la planta.
-
Muy bien, gordito. Ya habrás notado que el Poder
más importante y que realmente nos lleva a todos lados es el poder que
ejercemos sobre nosotros mismos. Si eres capaz de controlar y dirigir tus actos
para tu bien, no habrá quien te detenga. Ahora sólo faltas tú, le dijo a Pablo
Pablo hacía buen rato que
sostenía una bolsita entre sus manos. Con temor se acercó a la única maceta que
quedaba. Se inclinó y con sus manos empezó a remover la tierra, rompió el
sobrecito y puso las semillas en ella. Luego la cubrió con la tierra sobrante y
se volteó para coger la regadera.
El agua empezó a caer sobre la tierra,
humedeciéndola lentamente, luego de un rato apareció el tallito verde, que
siguió creciendo muy recto y duro, sin abrirse en ramas, era más bien algo así
como un tallo único y largo. Poco antes de llegar a la punta aparecieron unas
cuantas hojas grandes y en forma de espada, como el símbolo de los casinos. Ya
en la punta brotó finalmente un gran botón de flor. En eso, el botón se abrió
espontáneamente dando paso a un gran y hermoso girasol que en el centro llevaba
cientos de semillas. Sus ojos brillaron y sonrió. Luego miró a su mano
sosteniendo el sobre ya arrugado, y en su etiqueta leyó “Aprendizaje”.
-
Yo quiero seguir sembrando porque hemos obtenido
más cosas en la siembra y el cultivo que en la cosecha. Dijo Pablo.
-
Menudo niño habías sido tú. Bien hiciste en
escoger ese sobre. Cada semilla es un instante, una oportunidad de aprender
algo. Hoy ustedes y hasta yo hemos aprendido algo. Cada persona que toca
nuestra vida nos enseña algo, cada acto y cada circunstancia tiene un por qué,
y el común de todos ellos es que nosotros seamos más sabios y más felices. Hay
que tener la suficiente fortaleza y humildad para saber reconocer la lección
escondida tras cada circunstancia. Bah, supongo que puedo devolverles la
pelota. Ahora sí, váyanse ya pero con cuidado de pisar las petunias que ya no
tengo paciencia para seguir dándoles lecciones de jardinería.
FIN