Archivo 28/02/13
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El Jilguero hizo su último intento por atrapar a la libélula tan codiciada. Esta finalmente alzó más vuelo y escapó enterita. La golondrina salió de sus recuerdos y las miradas volvieron hacia la golondrina otra vez, esta vez se encontraba en el árbol más alto y desde la rama más próxima al estanque se detuvo a divisar el agua clara y estática. Su rostro expresaba indiferencia pero a la vez estaba enteramente entregado a esa acción de contemplar los destellos tenues del sol invernal sobre el casi imperceptible ondeo del agua dulce bajo el hielo.
Había terminado la temporada de
patos. Tiempo ideal para salir, después de todo, todo el tiempo de calma que
vendría ahora sería ideal para que se congregue gran cantidad de insectos en
las cercanías del estanque. Tintineantes bichitos de luz, crocantes libélulas y
uno que otro escarabajo buceador. Es decir, todo un festín para los no-patos.
Y es que una vez terminada la
temporada de patos, los demás tipos de aves se asoman para banquetearse con los
insectos que se congregan a disfrutar de las aguas mansas, libres de patos. Los
patos, si tuvieron suerte, cogieron la bandada más próxima y migraron a tierras
más cálidas y libres de cazadores. Si no tuvieron suerte, pasarán a encontrar
su media naranja en el pato a l`orange
de la cena o si el cazador era alguien más “distinguido”, irán a su “Muro de la
Fama” personal.
Ahí estaba, el estanque empezó a
llenarse del zumbido de las diminutas alitas de los invertebrados que salían a
la luz. Algunos acababan de salir de su estado de larvas, otros estaban saliendo
de sus escondites. Los caracoles
permanecían en sus conchas, por temor que empiecen a llegar las aves y zas! se
coman su frágil y gelatinoso cuerpo. Sin embargo esta vez los depredadores
demoraron en llegar. El invierno había recrudecido y este año era más gélido y
penetrante que el año anterior y ante-anterior.
De pronto empezaron los cantos,
aparecieron unos jilgueros revoloteando empezando a agitar a los insectos.
Siguieron unos arrendajos, verdecillos y estorninos. Cada vez era mayor el
alboroto en el estanque y también cada vez era menor el número de escarabajos.
De pronto apareció un ave de plumaje poco familiar. Aún estaba la avefría más
antigua engullendo su último renacuajo cuando advirtió al ave ermitaña que se
unía al festín. Se detuvo la algarabía y reinó un silencio. Los caracoles
asomaron la cabeza. Era una golondrina.
– Qué haces tú aquí? Preguntó el jilguero aún con
las mejillas abultadas – Estamos en invierno, las cobardes golondrinas brillan
por su ausencia cuando vienen los tiempos difíciles. Sólo ahuecan el ala cuando
se trata de buscar zonas calurosas donde la comida poco y más se las dan al
pico! Y pasó el mosquito que tenía en el
buche.
- – Es cierto lo que dices. Nosotros no somos lo que
se dice “El emblema del invierno” pero vale que cada uno decide lo que quiere
ser o hacer - replicó la golondrina. Yo
he venido aquí por un cometido especial.
En ese momento una libélula color
violeta, tornasolada como ella sola, alzó vuelo. Todos los pájaros embebidos
por su belleza y su abultado cuerpecito, se lanzaron a la caza dejando a la
golondrina sumida en sus pensamientos.
Volaron los pensamientos de la golondrina a aquellas épocas que conoció esas historias de históricos representantes de su especie que habían
visitado edificios intrincados, donde hombres con bata blanca los llevaban en pequeñas jaulas extrañas que no tenían adornos y casi ni tenían espacio para volar. Su
abuelo golondrino había sido uno de esos prisioneros, que felizmente logró escapar en un
descuido. Éste le contó, a su vez, de aquellas golondrinas aventureras que en pos de cazar
escarabajos buceadores habrían perdido la vida por golpear su pequeña cabecita
contra alguna roca subacuática. Fue así como nuestra golondrina aprendió que era mejor no arriesgarse y luego la lección se volvió regla al saber que uno de esos
buceadores fallidos había sido su padre.
Siempre jugaba seguro. Migraba
como de costumbre con la demás bandada de golondrinas en busca de zonas cálidas
donde los mosquitos proliferaran en abundancia y que para cazarlos sólo habría
que, prácticamente, abrir el pico. Siempre en grupo, no volaba muy alto, no iba
tras insectos demasiado vistosos o veloces, no cambiaba la ruta; es más, a
veces ni si quiera sabía a donde iba. Era incluso mucho más precavido que otros
pájaros de su edad.
Siguió sumido en sus recuerdos y revivió aquella tarde
en que su compañero de vuelo de toda la vida (o desde que tenía memoria) alzó
vuelo por querer atrapar unos renacuajos que nadaban en un tranquilo estanque
primaveral, pero lamentablemente al alzar vuelo quedó atrapado en la copa de un
árbol y, al mover más aun las alas, fue herido mortalmente por una rama
puntiaguda, para caer mortalmente herido. Mientras yacía herido en el suelo, nuestra golondrina se
acercó para auxiliarlo, atónito.
– Vaya que eran unos renacuajos muy atractivos- Dijo
la golondrina aventurera
– Cállate, no dejas de bromear nunca- Dijo casi sin voz
– Escucha y escúchame bien que empiezo a sentir
frío. Tú guardas y temes. Caminas y
cuidas. Por qué tienes alas si vuelas al
ras? Qué guardas para ti? Acaso la alegría de
poder huir de 100 inviernos más? Preservar el mañana? Qué habrá para ti en el mañana
si hoy no hiciste nada? Vi…ve…
poder huir de 100 inviernos más? Preservar el mañana? Qué habrá para ti en el mañana
si hoy no hiciste nada? Vi…ve…
Y quedó ahí tendido inerte.
Nuestra golondrina quedó atónito (vale decir que era macho). Esa noche no cenó,
ese sería el primer cambio en su rutina. Subió a lo más alto en la copa del
árbol asesino, y divisó el horizonte oscuro del bosque.
– Ahí iré – se dijo – y comprobaré la teoría de mi
abuelo. Desafiaré a la muerte y demostraré
que yo sí amo la vida, es mi tesoro, lo que más cuido, yo... yo estoy vivo! No sé por qué mi amigo me pidió que viva.
La luna brillaba azul y plateada
sobre el bosque silencioso.
El Jilguero hizo su último intento por atrapar a la libélula tan codiciada. Esta finalmente alzó más vuelo y escapó enterita. La golondrina salió de sus recuerdos y las miradas volvieron hacia la golondrina otra vez, esta vez se encontraba en el árbol más alto y desde la rama más próxima al estanque se detuvo a divisar el agua clara y estática. Su rostro expresaba indiferencia pero a la vez estaba enteramente entregado a esa acción de contemplar los destellos tenues del sol invernal sobre el casi imperceptible ondeo del agua dulce bajo el hielo.
Muchas cosas pasaban por su
cabecita pero todas se podían resumir en una sola cosa: El latir de su corazón.
Había escuchado a su abuelo de aquella creencia entre los humanos de que las
golondrinas eran capaces de cazar animales que nadaban bajo el agua y que esto
había cobrado la vida de muchas de estas aves en su intento por irrumpir en el
agua. Sin embargo sabido era también el caso de un pescador que una vez
encontró entre sus redes el cuerpo de una golondrina. Sin saber bien por qué,
el hombre decidió llevar el cuerpo del ave y ponerlo cerca a la estufa. Una vez
seca y tibia, el ave movió el plumaje y se reincorporó, como si hubiera estado
en un estado de hibernación. La historia
corrió por el poblado y luego se reportaron también casos de golondrinas que
pasaban el invierno “dormidas” bajo una apariencia congelada en hoyos de
ciertos árboles, para luego despertar y salir en primavera. Este fue el motivo
por el que se empezaron a hacer estudios en dichas aves, entre las que alguna
vez estuvo el abuelo de nuestro personaje. Creían que podrían encontrar la
respuesta a la vida después de la muerte, quizás el secreto de la eterna juventud…
Sin más ni más, la golondrina se
avalanzó contra el agua golpeándola fuertemente hasta quedar algunos
centímetros debajo de la superficie. Atrapó y devoró un escorpión acuático en
un abrir y cerrar de pico; permaneció algunos segundos bajo el agua y se
dispuso a esperar la hibernación. El frío empezó a penetrar su plumaje
empapado, mantenía los ojos cerrados tratando de concentrarse en este momento.
Primero sus patitas empezaron a
entumecerse, un escalofrío recorrió todo su cuerpecito, a su mente venían
varias imágenes de veranos pasados y múltiples tardes en el parque, casi
siempre alejado de las cosas que veía a su alrededor por estar cuidándose de
algo que ni si quiera sabía bien que era. Ni si quiera estaba seguro si ese
“algo” sería malo para él. Y… si más bien era algo que necesitaba?
-
Tonterías - pensó.
El frío empezó a penetrar en su
cabecita, produciéndole un agudo dolor. La hermosa libélula que momentos antes
escapó de las aves desesperadas se posó en el agua a escasos centímetros de la
golondrina. Estaban todos tan atentos a la golondrina que nadie interrumpió el
momento. Siguieron observando.
- Me puedes explicar que sucede aquí? Ya atrapaste
tu presa, por qué no sales? - dijo la libélula
- Nunca entenderías.
- Haz el intento
- Siempre actué bajo la razón. Mi padre tuvo un
destino fatal en el agua, por aventurero, ese destino vale la pena evitar –
dijo con voz temblorosa la golondrina
- Que cosa, la muerte? - preguntó la libélula
La golondrina permaneció en
silencio
- Acaso no te has dado cuenta? Las flores se
marchitan, los mosquitos viven 30 días, los dinosaurios se extinguieron. Sin
embargo lo importante no es ello, lo que importa es el color de esa flor, su aroma, cuantas abejas
alimentó. Los mosquitos vuelan, alborotan y pisan heces todo el tiempo, los
humanos les huyen y desprecian pero igual nunca verás un mosquito deprimido. Los
dinosaurios se volvieron mito, tuvieron la suerte de conocer al eslabón perdido
e inspiran películas hasta ahora - hizo una breve pausa. Tu padre ha de
haber hecho muchas más cosas en este mundo que simplemente morir – dijo
finalmente la libélula.
- Pero todo eso cambiará ahora. Me congelaré y
luego vendrá un leñador y me
calentará.Volveré a la vida, renovaré mi corazón y mi mente – explicó la golondrina
calentará.Volveré a la vida, renovaré mi corazón y mi mente – explicó la golondrina
- En verdad, necesitas al leñador? - La libélula
lo miró e hizo un ademán de sonrisa.
La golondrina se quedó en
silencio. El frío empezaba a aturdir sus pensamientos. Sin embargo también
aparecía una luz que empezaba a aclarar todo. Y es que de pronto entendió que
el cambio de corazón y mente surgió en el momento en que decidió volar solo
hasta allí, en el que se hizo escuchar por la multitud de aves, en el que
venció el prejuicio de tocar el agua, al poder oir a un insecto. Ya estaba
renovado, resucitado.
- Tengo que salir de aquí! - dijo finalmente la
golondrina
La libélula movilizó a los
pájaros del estanque, quienes juntaron varias ramitas y lograron finalmente
sacar al ave que estaba ya por caer dormida. La cubrieron con hojas y se
posaron a su alrededor. De pronto una cigüeña extendió sus largas alas y cubrió
al ave helada. Los demás pájaros hicieron lo propio y así permanecieron hasta
el atardecer.
La golondrina despertó.
Vi…vió
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