Amanda era una niña
muy inquieta. Al menos eso decían unas cuantas personas aledañas a ella como su
mamá, su papá, su hermano mayor, el menor también, también la vecina a la que
le tocaba el timbre para luego correr, la otra a la que siempre le mordisqueaba
el pastel que ponía a enfriar en la
ventana, el compañerito de colegio a quien le dejaba chinches en el asiento de
su pupitre, la maestra cuya clase siempre era interrumpida con un “Miss, puedo
ir al baño”, la monjita que tenía que pintar las paredes luego de que la niña
esta se parara de cabeza apoyándose sobre las paredes recién pintadas de la
iglesia, la amiguita a quien le quemó el cabello por accidente y por distraída,
el perro del primo que se perdió por su culpa y el señor de la tienda a quien siempre
preguntaba “Señor, tiene huevos?” .
No eran pocos, pero
tampoco eran todos. Felizmente Amanda poco o nada sabía de lo que opinaban de
ella y, si sabía, poco o nada de valor le daba. Y digo felizmente porque nada
limita más la capacidad de ser felices a las personas que negarse a sí mismos
ser quienes son. Entre todos los
pasatiempos que tenía esta niña como trepar árboles arqueando los pies a manera
de animal salvaje, poner nombre a los perritos que pasaban por la calle,
rellenar sus zapatos con hojas o contar 100 veces hasta 1; lo que más le
gustaba hacer era contemplar las cosas a su alrededor para darles vida en su
mente. Disfrutaba, por ejemplo, ver las nubes y hacer hasta obras de teatro con
ellas. Una vez llegó a ver como un conejito salía de un sombrero para ir a
posarse sobre una enorme margarita que luego sería cortada por un mono blanco
de circo, se harían colegas y lograba pasar del anonimato a ser una gran estrella
de circo. Cosas así.
Sin imaginación |
Con imaginación |
- Algún día de tanto imaginar te vas a quedar en la nebulosa - Decía su mamá con frecuencia. Amanda no le hacía
caso, en gran parte porque no sabía que era una nebulosa.
Un día, luego de
comer un bocado de pastel de vecina, se echó en el sofá del escritorio de su
papá, que quedaba junto a una ventana con el fin de captar más luz solar y
“ahorrar energéticos” como diría Ron Damon. En eso sintió un ruido a su
alrededor, era como un “chak chak”. Intrigada se puso a buscar de dónde
provenía dicho ruido, hasta que finalmente lo logró: era la perforadora que se
había atracado en un file de manila.
- Hey niña, desatórameeee! - Le pareció entender de una vocecita
amordazada.
- No le hagas caso – dijo otra vocecita
– los perforadores no son de fiar. Parecen inofensivos pero ay si probaras el
filo de sus cuchillas, claro pero eso no pasará porque tus dedos no entran en
la ranura. Pero a ver pregúntale al cartón de allá como cambió su vida luego de
conocer al perforador
Era una regla muy recta |
Amanda volteó y encontró a la regla acabando
de pronunciar esas palabras
- Ciertamente mi vida era mucho
mejor antes de conocer al perforador – dijo una tercera voz, sin poder ubicar
de dónde provenía ésta – Antes yo reposaba tranquilamente sobre el escritorio,
los libros se abrían y cerraban, los papeles se imprimían, los colores se
usaban, las tijeras cortaban, los sellos pintaban. Y yo seguía tranquilo. Guardado
en el cajón. Hasta que un día todo eso cambió por culpa del perforador. Aun
recuerdo sus fauces sobre mi frágil cuerpecito!
- No sigas que me doblo! – Chilló la
regla
- Deja que hable! - Reclamó el post it pegado en la ventana con
una nota que recitaba “Escucha la voz del genio”
- Sigue por favor – dijo finalmente
Amanda, tratando de ubicar quien era el interlocutor.
- Bueno, entonces así empezó mi
pesadilla. Vinieron luego las tijeras, la goma, las acuarelas, y un polvo
brillante como de luna, metales, papeles… Ay ya no me quiero acordar!
- De que te quejas? - dijo finalmente el perforador, que había
logrado liberarse de tanto haber estado retorciéndose porque sus orejas
quemaban (si es que las tenía) de tanto que hablaban de él - Si quiera te has
visto ahora?
Amanda siguió la
vista del perforador (si es que tenía ojos) y logró divisar sobre la chimenea
una foto de la familia pegada a un marco de cartón. Dicho marco tenía dibujado
sobre sí pequeñas libélulas salpicadas de escarcha, unidas con pequeños lacitos
de cinta de organza color celeste. Y con una inscripción que rezaba: “Te
queremos Tota”. De pronto recordó aquella tarde que pasara decorando dicha
postal con el fin de regalársela a su tía abuela, allá en esos días que ésta
estuvo enferma pero que nunca pudo entregarle no precisamente porque no dejan
pasar niños al hospital, sino porque su tía Tota dejó de existir antes de que
ella acabe de pegar el último lazo.
Te quiero |
- Ahora que recuerdo, yo te hice los agujeros primero porque te hice para colgar, no para guardar. Te quería frente a su cama pero ahora estás aquí, como parte de una manifestación de amor hacia alguien que ya no está, que adoraba los útiles de escritorio porque disfrutaba coleccionar álbumes de figuritas, hacer postales, scrapbooks y demás cositas con papelería. Ella me enseñó a decorar las cosas, me dijo que nosotros tenemos la posibilidad de transformar todo a nuestro alrededor, que siempre podemos dar brillo a las
cosas sin ser magos, pero que es mágico lograr expresar nuestro amor hacia la
vida brindando vida a las cosas que nos rodean. Por eso es que ayer hablaba con
la regadera que estaba resfriada, hoy hablo con una regla neurótica y mañana
quizás tenga que oir al poste quejarse de los perritos del barrio. Pero dejé de
decorar y hacer manualidades porque pensé que no valíó la pena hacerte a ti
(cartón acomplejado) en postal hermosa si al final el amor que puse en ello
quedó en el aire. Se fue al agua.
- Niña, no te das cuenta que si todo
se hubiera ido al agua ahora esta postal desagradecida no estaría aquí ocupando
el lugar más importante de esta sala?. Yo he oído cómo tu papá se queda mirando
aquella foto y luego de un largo silencio dibuja una gran sonrisa y dice “
Gracias Tota”. Sino que nadie se percata de eso porque todos olvidan, yo no,
porque mi función es perforar y dejar huella. Además soy el más viejo de aquí,
por eso me quedo trabado en las cosas porque ya me falta aceite. Por cierto,
anda y ponme un poquito pue.
- Tengo que admitir que antes
prefería pasar desapercibido porque dudaba de mi calidad y belleza – dijo el
cartón- El papel bond es blanco y claro, los post it son de colores
fosforescentes y el vinifan es transparente. Y yo? yo soy papel reciclado,
corrugado y marron! Por eso moría de miedo de salir a la luz y exponerme. No me
gustó para nada que me corten, me peguen cosas y me pongan aquí pero recién
comprendo que fue por un fin superior. Tenía que pasar por todo aquello para
recién darme cuenta que por algo soy como soy! Soy más resistente que el papel pero más manejable que la madera para una niña. Y aún si no me pintaran, mi color neutro da lugar a un sinfin de posibilidades.
- - Y yo – dijo Amanda - me doy cuenta
de que, aunque mi tia Tota nunca te conoció como postal, el fin no es que las
cosas lleguen a su destino sino que se animen a partir, a cambiar, a
transformarse. Prometo no olvidar que si bien es cierto que todo tiene un fin, a
veces el único fin es simplemente existir.
-
- Y yo aprendí que las fotos jumbo
son de 20x10cm – dijo la regla.
Y así fue como
Amanda volvió a hacer manualidades, volvió a darle vida a las cosas con las
manos y no solo con la imaginación, el perforador recibió aceite en sus engranajes, el
cartón aprendió a valorarse y la regla sabe cuanto mide una foto jumbo. Y como
el poste no encontró al dia siguiente con quien quejarse de la orina de los
perros, no tuvo más que aprender a contener la respiración, cerrar los ojos y pensar en rosado.
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