sábado, 5 de julio de 2014

Sábados

Nota: Adjunto al pie de la página lecturas que encontré hoy y me recordaron el episodio que relato a continuación. Hay cosas de las que no se pueden escapar. 


Archivo 06/06/2013

En la casa donde vivimos la mayor parte del tiempo de mi niñez y adolescencia, tenía una habitación cuya única ventana daba a un tragaluz. Era un cuarto poco iluminado la gran parte del día pero temprano, alrededor de las 8am, se iluminaba bastante bien y el reflejo dorado que hacían los vidrios esmerilados sobre las paredes de mi cuarto se me hacían bien agradables. Era como ver pasar un milagro.

Era una exquisitez despertar las mañanas de los sábados, puesto que durante la semana a la hora que me iba, esa iluminación con sus colores no entraban por la ventana. El domingo se repetía pero este placer de la luz lo disfrutaba particularmente el sábado, los domingos disfrutaba la anticipación de que comería rico ese día.

Cuando tenía alrededor de 7 años, en esos sábados por las mañanas, yacía en mi cama y empezaba a imaginar cosas. Esa sensación de quietud y a la vez el tenue movimiento de la luz me hacía pensar en el movimiento y la existencia de cosas que muchas veces no llegamos a percibir mientras estamos acelerados con las cosas del día a día. Una sensación que se me hacía frecuente en esas mañanas era que de pronto mi cuerpo no estaba estático, como si no fuera sólido sino que habían full puntitos moviéndose a modos de ondas, como el manar del agua en un riachuelo. Lento, dulce, silencioso. Cuando lograba concentrarme, podía revivir esta sensación, era como si de pronto podría desaparecer, flotar o transformarme. Era un poco extraño, a veces me daba miedo pero siempre me producía cierto placer.

Otras veces, también en aquellas mañanas libres de colegio y llenas de luz, me ponía a pensar en cuántas de las cosas que había vivido realmente existían. Era curioso, me ponía a pensar en las vivencias como fotografías o escenas de películas, que ahora, ahí en ese instante no estaban. Si no estaban, existían? Habían existido? Y qué si yo decidiera elegir pensar en otro recuerdo o crear otra vivencia daría igual? A donde se iban todos los recuerdos y vivencias? Las cosas seguían ahí? Ya cuando profundizaba en esos pensamientos llegaba a preguntarme si es que asimismo nosotros somos la fotografía o el sueño de alguien más. Me preguntaba si realmente existimos o somos simplemente figuras en el imaginario de alguien superior.  

Después de todo, quien definió esto? Que las mujeres usan brazzier y los hombres llevan bigote, que la vida consiste en aprender, trabajar y envejecer. Que los perritos son mascota y que en las casas la puerta es puerta y la ventana es ventana. Qué pasaría si todos decidiéramos vivir diferente de una buena vez. Si de pronto, de buenas a primeras, todos acordamos que ya no necesitamos dinero para determinar como o donde vivimos, sino que nos dedicamos a desarrollar nuestros talentos, cultivar flores o a querernos a nosotros mismos. Enfocar nuestra mente en eso y ya no sólo en tener dinero/éxito. Qué no existe tal cosa como el asesinato o la soledad.

Quien estaba soñando esta realidad? Y aún más, quien está soñando que este mundo acabará así, con holocaustos y armagedones? De pronto se me hacía tan estúpido, ridículo. Finalmente que hacemos, para eso vinimos? En el fondo, tenía la sensación que la respuesta a esas cosas era un NO rotundo, de pronto quizás el sueño es otro, pero nosotros lo humanos lo estamos viviendo a modo pesadilla por voluntad propia.

Quizas al salir de la mente de ese creador y vernos “libres” en el escenario queremos recrear demonios, vivir tontamente, hacer cosas sin sentido o sin valor. Quizás este es nuestro abrevadero o botadero donde los seres superiores venimos a vivir como inferiores para poder experimentar totalmente nuestra naturaleza. Quizás solo se puede concientizar sobre lo divino cuando se ha conocido lo terrenal o infernal. Y visceversa.


Sea como fuera, en el almuerzo de uno de esos sábados, fue la única vez que se me ocurrió hablar en voz alta de estas “ensoñaciones” matutinas. La respuesta que obtuve fue: "En esas cosas solo piensan los locos. Deja de hablar de esas cosas". 

Y así lo hice. Hasta hoy. 





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