miércoles, 18 de junio de 2014

Amanda

Amanda era una niña muy inquieta. Al menos eso decían unas cuantas personas aledañas a ella como su mamá, su papá, su hermano mayor, el menor también, también la vecina a la que le tocaba el timbre para luego correr, la otra a la que siempre le mordisqueaba el pastel que ponía  a enfriar en la ventana, el compañerito de colegio a quien le dejaba chinches en el asiento de su pupitre, la maestra cuya clase siempre era interrumpida con un “Miss, puedo ir al baño”, la monjita que tenía que pintar las paredes luego de que la niña esta se parara de cabeza apoyándose sobre las paredes recién pintadas de la iglesia, la amiguita a quien le quemó el cabello por accidente y por distraída, el perro del primo que se perdió por su culpa y el señor de la tienda a quien siempre preguntaba “Señor, tiene huevos?” .

No eran pocos, pero tampoco eran todos. Felizmente Amanda poco o nada sabía de lo que opinaban de ella y, si sabía, poco o nada de valor le daba. Y digo felizmente porque nada limita más la capacidad de ser felices a las personas que negarse a sí mismos ser quienes son. Entre todos los pasatiempos que tenía esta niña como trepar árboles arqueando los pies a manera de animal salvaje, poner nombre a los perritos que pasaban por la calle, rellenar sus zapatos con hojas o contar 100 veces hasta 1; lo que más le gustaba hacer era contemplar las cosas a su alrededor para darles vida en su mente. Disfrutaba, por ejemplo, ver las nubes y hacer hasta obras de teatro con ellas. Una vez llegó a ver como un conejito salía de un sombrero para ir a posarse sobre una enorme margarita que luego sería cortada por un mono blanco de circo, se harían colegas y lograba pasar del anonimato a ser una gran estrella de circo.  Cosas así.          



    

Sin imaginación 
  

Con imaginación

- Algún  día de tanto imaginar te vas a quedar en la nebulosa - Decía su mamá con frecuencia. Amanda no le hacía caso, en gran parte porque no sabía que era una nebulosa.

Un día, luego de comer un bocado de pastel de vecina, se echó en el sofá del escritorio de su papá, que quedaba junto a una ventana con el fin de captar más luz solar y “ahorrar energéticos” como diría Ron Damon. En eso sintió un ruido a su alrededor, era como un “chak chak”. Intrigada se puso a buscar de dónde provenía dicho ruido, hasta que finalmente lo logró: era la perforadora que se había atracado en un file de manila.

-    Hey niña, desatórameeee! -  Le pareció entender de una vocecita amordazada.

-  No le hagas caso – dijo otra vocecita – los perforadores no son de fiar. Parecen inofensivos pero ay si probaras el filo de sus cuchillas, claro pero eso no pasará porque tus dedos no entran en la ranura. Pero a ver pregúntale al cartón de allá como cambió su vida luego de conocer al perforador

Era una regla muy recta
 Amanda volteó y encontró a la regla acabando de pronunciar esas palabras

-      Ciertamente mi vida era mucho mejor antes de conocer al perforador – dijo una tercera voz, sin poder ubicar de dónde provenía ésta – Antes yo reposaba tranquilamente sobre el escritorio, los libros se abrían y cerraban, los papeles se imprimían, los colores se usaban, las tijeras cortaban, los sellos pintaban. Y yo seguía tranquilo. Guardado en el cajón. Hasta que un día todo eso cambió por culpa del perforador. Aun recuerdo sus fauces sobre mi frágil cuerpecito!

-      No sigas que me doblo! – Chilló la regla

-   Deja que hable! -  Reclamó el post it pegado en la ventana con una nota que recitaba “Escucha la voz del genio”

-   Sigue por favor – dijo finalmente Amanda, tratando de ubicar quien era el interlocutor.

-   Bueno, entonces así empezó mi pesadilla. Vinieron luego las tijeras, la goma, las acuarelas, y un polvo brillante como de luna, metales, papeles… Ay ya no me quiero acordar!

-   De que te quejas? -  dijo finalmente el perforador, que había logrado liberarse de tanto haber estado retorciéndose porque sus orejas quemaban (si es que las tenía) de tanto que hablaban de él - Si quiera te has visto ahora?

Amanda siguió la vista del perforador (si es que tenía ojos) y logró divisar sobre la chimenea una foto de la familia pegada a un marco de cartón. Dicho marco tenía dibujado sobre sí pequeñas libélulas salpicadas de escarcha, unidas con pequeños lacitos de cinta de organza color celeste. Y con una inscripción que rezaba: “Te queremos Tota”. De pronto recordó aquella tarde que pasara decorando dicha postal con el fin de regalársela a su tía abuela, allá en esos días que ésta estuvo enferma pero que nunca pudo entregarle no precisamente porque no dejan pasar niños al hospital, sino porque su tía Tota dejó de existir antes de que ella acabe de pegar el último lazo.
Te quiero





- Ahora que recuerdo, yo te hice los agujeros primero porque te hice para colgar, no para guardar. Te quería frente a su cama pero ahora estás aquí, como parte de una manifestación de amor hacia alguien que ya no está, que adoraba los útiles de escritorio porque disfrutaba coleccionar álbumes de figuritas, hacer postales,  scrapbooks y demás cositas con papelería. Ella me enseñó a decorar las cosas, me dijo que nosotros tenemos la posibilidad de transformar todo a nuestro alrededor, que siempre podemos dar brillo a las cosas sin ser magos, pero que es mágico lograr expresar nuestro amor hacia la vida brindando vida a las cosas que nos rodean. Por eso es que ayer hablaba con la regadera que estaba resfriada, hoy hablo con una regla neurótica y mañana quizás tenga que oir al poste quejarse de los perritos del barrio. Pero dejé de decorar y hacer manualidades porque pensé que no valíó la pena hacerte a ti (cartón acomplejado) en postal hermosa si al final el amor que puse en ello quedó en el aire. Se fue al agua.

-       Niña, no te das cuenta que si todo se hubiera ido al agua ahora esta postal desagradecida no estaría aquí ocupando el lugar más importante de esta sala?. Yo he oído cómo tu papá se queda mirando aquella foto y luego de un largo silencio dibuja una gran sonrisa y dice “ Gracias Tota”. Sino que nadie se percata de eso porque todos olvidan, yo no, porque mi función es perforar y dejar huella. Además soy el más viejo de aquí, por eso me quedo trabado en las cosas porque ya me falta aceite. Por cierto, anda y ponme un poquito pue.

-      Tengo que admitir que antes prefería pasar desapercibido porque dudaba de mi calidad y belleza – dijo el cartón- El papel bond es blanco y claro, los post it son de colores fosforescentes y el vinifan es transparente. Y yo? yo soy papel reciclado, corrugado y marron! Por eso moría de miedo de salir a la luz y exponerme. No me gustó para nada que me corten, me peguen cosas y me pongan aquí pero recién comprendo que fue por un fin superior. Tenía que pasar por todo aquello para recién darme cuenta que por algo soy como soy! Soy más resistente que el papel pero más manejable que la madera para una niña. Y aún si no me pintaran, mi color neutro da lugar a un sinfin de posibilidades.




-         - Y yo – dijo Amanda - me doy cuenta de que, aunque mi tia Tota nunca te conoció como postal, el fin no es que las cosas lleguen a su destino sino que se animen a partir, a cambiar, a transformarse. Prometo no olvidar que si bien es cierto que todo tiene un fin, a veces el único fin es simplemente existir.
-       
           -  Y yo aprendí que las fotos jumbo son de 20x10cm – dijo la regla.


Y así fue como Amanda volvió a hacer manualidades, volvió a darle vida a las cosas con las manos y no solo con la imaginación, el perforador recibió aceite en sus engranajes, el cartón aprendió a valorarse y la regla sabe cuanto mide una foto jumbo. Y como el poste no encontró al dia siguiente con quien quejarse de la orina de los perros, no tuvo más que aprender a contener la respiración, cerrar los ojos y pensar en rosado.





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