sábado, 8 de junio de 2013

Césped



Recuerdo que en el parque que quedaba a la vuelta de mi casa, había una pendiente cubierta de pasto, nos gustaba mucho ponernos en la parte más alta y de ahí rodar cuesta abajo cuando mis hermanos y primos éramos niños. Había una más grande que otra, recuerdo que la más grande era también más empinada y era todo un logro poder hacerla de bajada en bicicleta. Logré hacer esta bajada en bicicleta a los 10 años y  8 ó 10 moretones después. 
Mientras, la pendiente más chica y horizontal (por decirlo de alguna manera) era nuestra favorita. Habían árboles en el medio, cada cierto tramo, lo cual brindaba sombra y era relajante para mí quedarme tendida en el pasto y contemplar las copas de dichos árboles. En esos momentos de contemplación perdía noción del tiempo, fijaba la vista disfrutando de esos momentos de nada y de todo hasta que de pronto veía que los bordes de las hojas comenzaban a hacerse borrosos, como plomizos contra el celeste del cielo que yacía como lienzo en el fondo. Pensaba que era un juego poner así la vista así que me gustaba hacerlo particularmente en ese espacio y momento. 
Recuerdo también que una de las pesadillas más aterradoras que tuve en la infancia, tuvieron como escenario esa pequeña loma, en la que de pronto todo el vecindario estaba como en llamas, habían muchos objetos volando en el cielo, era como de tarde, podía ver los árboles y yo corría hacia ese mismo lugar a cobijarme. Recién ahora me pongo a pensar por qué no corría con mis papás o hermanos a cobijarme ahí. Solía tener estos sueños de fuego con cierta frecuencia, y también la mayoría de los sueños que más me marcaron tenían siempre de protagonistas a mi familia; pero este en particular era sólo mio. Lo recuerdo con cierta frecuencia, sobre todo cada vez que promocionan o sacan una película relacionada al apocalipsis zombie o al (ahora caducado) 21/12/2012.

Finalmente pasaron los años y el último recuerdo memorable que tengo de esa bajadita es la de aquella tarde en que estaba con mi primer enamorado, JV, esperando a q lleguen los demás amiguitos del barrio para ir a pasear o hacer lo mejor que hacíamos en ese verano: nada. La primera en llegar fue mi amiga, que era una chica pelirroja y pecosa, para tener escasos 15 años ya tenía cuerpo de señorita y ciertas costumbres de mujer. Empezó a felicitarnos por nuestro reciente noviazgo y luego de unas cuantas bromas sobre lo gracioso q era que los dos nos parezcamos tanto físicamente, empezó a incitarnos para que nos besemos (mi enamorado y yo, ojo. No se pongan tan exóticos). Nos miramos y luego de hacernos los que no queríamos, nos dimos un pequeño beso de púber: labios fruncidos, ojos entreabiertos, cara de idiota. Los ojos entreabiertos porque a esa edad uno es tan inocente (torpe) y además siente tantas cosas que, pues, no coordina bien y a veces se manda a besar el ojo o sino la oreja.

Finalmente después de un buen rato no llegaba nadie y mi amiga se fue a buscar a su enamorado (que vale decir, era el hermano del mío) y nos dejó solos. Ahí seguimos con las conversaciones sobre Caballeros del zodiaco, los records Guinness o el último capítulo de Beavis and Buthead. En una de esas que nos estábamos riendo, de pronto reposé mi cabeza en su hombro y alcé la mirada desde ahí para buscar la suya. Como mujer he aprendido que mirar a un hombre cerca, desde una altura inferior (de abajo para arriba) y peor: tocándolo, es sinónimo de decir: Bésame ya, idiota. Quizás porque así los labios pasan a ser la parte de nuestro cuerpo más cercana a ellos o quizás porque desde ese ángulo nuestra mirada es más dulce o tierna.  Y bueno, finalmente bombos y centellas, platillos y redoble doble de tambor: tuve mi primer beso (formal) y el suyo también (es lo que quiero pensar).

Conocí a JV. en el barrio, en el verano del 98. Mi hermano era y es muy amiguero, no sé pero no le cuesta encontrar amigos. El asunto es que yo era la “hermanita de…” y cada nada venían a tocar la puerta a la casa para ir a jugar o futbol o venir a enviciarse con el Play Station que recientemente mis papás le habían regalado por navidad. Una vez estaba yo en la casa y como de costumbre salí a abrir la puerta. Esta vez vino uno de los amigos habituales acompañado con otro chico más jovencito, con aire más inocente y las mejillas con hoyuelos. Era zambito, cabello oscuro, piel clara y vestía esos shorts de color caqui que estaban de moda en ese entonces. Esa fue la primera vez que yo lo ví. La primera vez que hablamos fue en un partidito de futbol en el parque, yo estaba sentaba viéndolos jugar cuando de pronto “faulearon” a este chico y se vino a sentar a mi lado. De ahí el resto es historia. Empezamos a salir, primero en grupo, siempre en grupo. Hasta que una tarde estábamos paseando por el barrio, luego de estar jugando durante toda esa semana con el típico "Dime quien te gusta", "Me gusta una chica que se parece a ti, habla como tú, piensa como tú, pero no eres tú", etc etc Sí, ya me entendiste. Nos detuvimos en ese parque y nos sentamos bajo un arbol, finalmente luego de un buen rato de párvulos jugueteos, me confesó su enamoramiento y me dijo para ser su enamorada. Recuerdo que me demoré unos instantes en asimilar que había llegado el momento en que un hombre (sí un hombre!) me hablaba de amor en persona y en tiempo real (vale decir que las declaraciones de amor via mirc32, en el canal argentino o afines no cuentan). Acepté y aún recuerdo la forma en que sonrió e inclinó la cabeza, parece que él tampoco asimilaba que ahora tenía "flaquita". Nos pusimos de pie y al no saber que hacer, simplemente nos abrazamos y para hacerle sentir que era un abrazo especial, no de amigos ni de familiares sino de enamorados; sobé su espalda y le di unas palmaditas. En eso apareció mi hermano mayor: "Nena, ven a almorzaaaaaar". La siguiente imagen podría recrear la sensación de esa aparición. 



Días después JV me confesaría que la primera vez que me vió fueron unas semanas atrás. Sacando mi conclusión, según la hora, fecha y ropa que llevaba, aquél día fue la vez en que yo había tomado por equivocación una combi que me llevó a pasear por todos lados (Véase post Mi camino con los hombres en la vida real inicia con un pasaje incompleto http://noleasmissecretos.blogspot.com/2011/04/mi-camino-con-los-hombres-en-la-vida.html).  También me confesaría que él le pidió a ese chico para ir a mi casa a comprobar si yo era la chica que había visto en el parque y también confesaría que se hizo “faulear” para poder hablar conmigo. Era un romántico y yo era la víctima perfecta para sus romanticismos. Las tardes en ese parque nunca más serían las mismas, ahora podía rodar por el cesped con alguien más. 

Esa fue una linda relación aprendí mucho de ella, ahora y para fines de este post se puede resumir en una sola lección: A los 13 años no estás preparado para una relación de adulto ni para obtener el grado de compromiso que Noah tuvo con su sweetheart. No. Porque por más que tú quieras, se quieran o él quiera, existe una cosa llamada “Colegio”, que viene también con otras llamadas “Papás”, un pequeño detalle llamado “Inmadurez” y el ingrediente final que le da sazón a todo esto “No tienes dinero propio”. Las relaciones a esa edad son solo para hacer lo mismo que haces en los veranos: aprender y disfrutar.

Fueron 6 semanas de mucha ternura, risas y aprender a besar. Mi primer amor (formal y sobre todo no-platónico) fue dulce pero el aprendizaje más grande y los sentimientos carnales y espirituales más intensos que viví con esa misma persona fueron después que nuestra relación terminara, luego de que yo dejara de jugar a rodar en el pasto, luego de que él dejó de jugar con su skate. Ya no leíamos sobre los records Guinness, ya no nos parecíamos tanto.  

Es curioso; ahora que lo pienso, los 3 hombres con los que tuve este tipo de relación intensísima (aparte de mi ex esposo y mi actual pareja) no los tomé en cuenta ni mencioné en aquel relato que escribí aquella noche en que dejé mi casa (Véase el post Semilla (este post volverá a estar disponible a su debido tiempo). Ha de ser porque en aquel relato enumeré a las relaciones pintorescas, pero igual me sorprende no haberlos recordado en ese momento. Quizás pasaron, ya, a ser parte de mi sombra.