lunes, 8 de enero de 2018

Ambrosia

Hoy es uno de esos días donde de pronto te sorprendes por las maravillas de lo simple. Hoy me di cuenta que no hay nada que me turbe.

Me di cuenta que llevo varios dias sin algo que me preocupe en particular, mas allá que un par de cosas terrenales como una orden de Internet que me llegó equivocada. 

No me malinterpreten, no significa que no tenga problemas, siguen ahí rondando, el tema es que no hay nada que me turbe. No siento tensión, no siento culpa, no siento confusión ni temor. 

Y cuándo me di cuenta que es así? Cuando hice una especie de revisión mental sobre los motivos por los cuales mis sueños no son realidad y pues no pude encontrar una sola excusa. Cuando aparecía una posible razón (excusa) para no lograr mi total potencialidad, al instante aparecía su verdadero rostro, por ejemplo: 
- Dudas son en verdad: percepción erronea de mi misma
- Falta de recursos es en verdad: una fracción de tiempo 
- Falta de oportunidades son en verdad: no estar en el lugar y momento en que se producen 
- Temores son en verdad: memorias mal administradas 
- Desgano es en verdad: olvido de los sueños 
- Rencor es en verdad: energía malgastada 
- Confusión es en verdad: inspiración no expresada 

Y entonces todo se resume a que no existen en verdad limitaciones o problemas, solo es cuestión de óptica, cambiar de paradigmas y darse cuenta que todo nace de uno mismo: el problema, la solución, el muro y la pluma para que alguno de ellos (o ambos) se escriban. 

Ser consciente de ello me puso cara a cara con una de las verdades más escalofriantes y excitantes de la vida: Somos Dioses cuando nos libramos de las excusas que nos repetimos a diario para seguir siendo humanos.