lunes, 4 de septiembre de 2017

Dragón #31: El Desapego

Recuerdo ponerme el calentador debajo de la pijama, guardar mi ropa doblada dentro de la mochila para no perder nada, puesto que no fue muy bacán darme cuenta de que no traía más conmigo la bendita cámara de $400+ que se suponía me acompañaría para registrar este maravilloso viaje. No tenía la más mínima idea de si me la habían sustraído de la mochila en el bus mientras dormía, si la cogió alguien al desembarcar o si simplemente yo me enredé con mis paquetes y bajé suponiendo que la tenía dentro de mi mochila (olvidando que yo misma la había sacado al iniciar el trip, para que pueda caber en el compartimiento). 

Luego de apagar la luz, acostarme en ese colchoncito sobre el suelo, sin tarima; me dejé simplemente caer boca arriba para encontrarme de un porrazo con un techo negro como mi futuro, no podía ver nada alrededor mío en aquella habitación ni tampoco sentía nada en mi interior. No lograba sentir nada, es como si hubiera optado por anestesiarme, quise entender cuál era mi posición en aquel momento de mi vida, era un capítulo completamente diferente. Ningún borrón ni cuenta nueva había pesado ni calado tanto en mi como aquél. 

Hice un repaso mental de los últimos 4 años hasta ese entonces y llegué a saberme familiarizada una vez más con el bienestar engañoso que produce la inconsciencia, el no saber, el no temer, el no sospechar, el no ver, no querer ver. Luego aparecía a mis pies un tremendo agujero negro que me succionaba por un espiral estrepitoso mientras todo lo que yo conocía como "mi mundo", se quebraba en miles de pedazos de cristal que se estrellaban contra mi, hiriendo mi piel, quebrando mis piernas, entumeciendo mis manos, sellando mi garganta mientras seguía cayendo cuesta abajo en remolinos interminables de dolor y confusión hasta finalmente caer de espaldas contra el suelo y encontrarme en aquella habitación de la cabaña de Urubamba, con mi ropa bien doblada dentro de la mochila para no perder nada más. Ya no más por favor. 

Había pasado poco menos de una semana en la que había terminado un capítulo de mi vida que jamás creí que se podía acabar, mucho menos cerrar y muchísimo menos que pueda ser yo quien decida hacerlo. Simplemente no entraba en mi cabeza cómo puede alguien despedirse de aquello que consideró lo más real, puro, verdadero y luminoso en su vida entera; y seguir viviendo así... sin vida (puede sonar medio a Arjona, pero en verdad así me sentía). Simplemente no podía entenderlo, no acababa de asimilar que esta era mi nueva realidad. Era una interminable paradoja. 

Dolía, dolía como mierda pero es como si con cada gemido de dolor tomara bocanadas más extensas profundas de oxígeno. Volvió nuevamente el miedo, el pánico encarnado en palpitaciones, tos, escalofríos, no podía llorar, estaba congelada y no tenía lágrimas, simplemente no era capaz de producirlas ni tampoco tenía fuerzas para llorarlas. Creo que yo era toda una lágrima y temía perderme a mi misma si me permitía llorar.

Estaba acabada.

El Dragón del Desapego tiene una garra más larga que la otra, con ella se extiende hasta llegar a tomarte por los tobillos, alzarte y agitarte en el aire mientras todo lo que posees se desprende, tus bolsillos se vacían, tus tesoros simplemente caen por efecto de la gravedad mientras tú impotente tratas de cogerlos en el aire, salvarlos del abismo, sin ningún atisbo de éxito en medio de estruendosas carcajadas del Dragón durante un tiempo que parece ser eterno y que solamente acabará cuando dejes de luchar y simplemente dejes que se caigan las cosas a las que tanto estás apegado de una u otra manera. No hay que vencerlo, sólo dejar que te transforme.

Cuando dejas de luchar, los bamboleos se vuelven danza, las carcajadas pueden llegar a parecer silencio infinito, la pérdida pasa a ser liberación. Entonces te das cuenta que para ponerte de cabeza y desprenderte de tus apegos, el Dragón tuvo que elevarte a un nivel más alto del que estabas en un inicio y que así, de cabeza, no hay diferencia entre arriba/abajo, cielo/tierra; no hay límites. Apenas sucede esta Autoliberación, el Dragón te suelta, y saldrás impulsado tan lejos como tu corazón desee a un nuevo paisaje, un nuevo amanecer, un nuevo Tú.

Giré y me puse de costado mirando hacia mi derecha, entonces pude contemplar (a través de la gran ventana que estuvo allí todo el tiempo y que recién obtuvo mi atención) un inmenso, brillante y despejado cielo serrano estrellado como nunca lo había visto antes. Y así me permití llorar, pero no de tristeza, era llanto de recién nacida, de re-nacida.

Estaba por reiniciar.







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