Tenía sólo un par de meses realizando uno de mis más grandes sueños, que era hacer mi Residentado en Rehabilitación. Estaba muy entusiasmada y con tantas ganas y expectativas de hacer y ser algo grande, ahora tendría la posición y responsabilidad por las que habría estudiado los últimos 9 años, así que todo ello ameritaba mucha concentración, dedicación y eficiencia.
Luego de los 2 primeros meses en mi servicio, familiarizándome con el personal, los procesos administrativos y médicos, los pacientes y los libros esenciales; me tocó hacer mi primera rotación y esta era en el servicio de Ortopedia Infantil, el cual está a cargo de traumatólogos, en un area aparte. Recuerdo que el primer día vino un pacientito con anteversión femoral (ahora lo sé, en ese entonces era un "pie chueco" a mi entender) y el doctor asistente me preguntó qué podríamos darle desde el punto de vista de rehabilitación, yo le dije que de hecho ese día era el primer día que veía un niño en consulta que no sea un proceso respiratorio o diarreico. Sonrió, felizmente. El niño comprendió.
Mi compañero de rotación era un Residente de segundo año de Traumatología de otro hospital, venía de una de las mejores universidades del país y se notaba a la legua que era un chico de carácter extraño, engreído, serio, algo flemático, irritable, pero de alguna forma enternecedor. Esto último lo deduje porque la primera vez que le tocó retirar un yeso en la consulta, antes de cortar con la sierra, se puso la sierra prendida en los dedos para enseñarle al niño que no le dolería, mientras le explicaba haciendo vocecita infantil.
Nos distribuíamos las labores entre ambos y todo iba bien. Había un doctor, el Dr F. Él era el más antiguo y leído, que era un completo perfeccionista en sus operaciones, muy diestro y sumamente técnico. Inspiraba mucha confianza en los padres de los pacientes y ganas de estudiar en los Residentes. Por algún motivo era el que más operaba, así que los 2 "R" teníamos que entrar con él a sala y también el jefe del servicio (Dr S.) quien en unas semanas tomaría un rol tan importante en mi vida sin saberlo.
El Dr S. era un doctor como los que no hay, casi. Muy capaz, dedicado y profesional, pero sobre todo sumamente humano, gracioso y encima con un no disimulado gusto por la comida. Nos exigía, sí, pero también nos hacía reir, nos enseñaba de Medicina y también a tomar las cosas con calma.
En casa yo estudiaba y preparaba mis lecturas para las operaciones del día siguiente, hacía algunos apuntes, hice una ponencia sobre un caso en particular que expuse con los médicos de otros servicios, en representación de los traumatólogos; el doctor de más edad que mencionaba antes, quedó encantado y me dijo (a su manera) uno de los elogios más sexistas/valiosos/WTF que haya recibido jamás. Me dijo:
"La mejor exposición que he visto en estas discusiones. Nada mal para una residente de Rehabilitación y... mujer"
Entonces ya tienes una idea de cómo eran esos días. Todo siguió "normal" durante las primeras semanas. Luego todo empezó.
Me veía entrando a sala de operaciones con mi chompa debajo del traje quirúrgico y el doctor antiguo pidiéndome elegantemente que me retire de sala. No lo culpo, uno no debe usar ropa de calle debajo de la ropa estéril; lo anecdótico de esto es que yo no me había percatado que llevaba la chompa puesta hasta que él me regañó. Después chocaba mis codos contra el instrumental quirúrgico, no mantenía en la correcta posición las pinzas mientras asistía en las cirugías, no podía permanecer inmóvil cuando sostenía las piernas de los niños para ser enyesados, omitía datos en los informes operatorios, me olvidaba de hacer algunas recetas y durante las cirugías casi no podía recordar de qué se trataba el caso. Mi compañero de rotación, el flemático, se mofaba de mi en estos casos y estoy segura que alguna vez habrá atribuído todo ello a que soy mujer. (En serio hay que parar el machismo en las profesiones, pero esa es arena de otro costal).
Hasta que un día, mientras estaba escribiendo el reporte operatorio, se me acercó el Jefe del Servicio, (el Dr. S., el buena gente) y me dijo las palabras que corrieron el velo, abrieron las ventanas, para que pueda entrar el entendimiento:
"Qué sucede contigo? Vas a destruir la sala de operaciones y los nervios del Dr F. Por qué estás triste?"
Yo me quedé pensando en sus palabras. Hice un insight y tuve un pequeño monólogo:
¿"Por qué estás triste"? No me va a decir que soy una tonta, ineficiente, irresponsable, calabaza y demás apelativos que se nos pone cuando hacemos mal las cosas? Por qué atribuye todo mi desmadre a la tristeza, si yo estoy bien? Estoy bien? ... No, no lo estoy. No lo estoy!
Me levanté, fui al baño y me miré al espejo. Entre los correteos, cirugías y guardias; había estado entreteniendo mi mente tratando de no ver la realidad. La realidad era que llevaba semanas sin poder dormir, había bajado de peso en los último 15 días, había perdido varios mechones de cabello, mi piel tenía un aspecto pálido violáceo, los labios resecos y los ojos con un resplandor casi imperceptible. No era por el trajín del trabajo, a decir verdad, el trabajo era lo único que me hacía sentir útil en ese entonces. Los últimos meses habían sido muy difíciles en casa, las lágrimas, las fotos, los cuentos, ya no bastaban para expresar mi tristeza, estaba tan quebrada por dentro, casi no podía reconocerme.
Finalmente las cosas que estaban acumulándose en nuestra relación murieron y estaban pudriéndose en casa y después dentro de nosotros mismos, arrastrándonos con ellas. La pena y dolor en esos momentos es indescriptible, yo siento que la mejor manera de describir cómo me encontraba es decir que había dejado de existir. Llegué a tal punto de despersonalización, que mi mente y alma yacían en un lugar diferente a mi cuerpo.
Se había hablado de ir a psicólogos, buscar ayuda, intentar métodos, ayudarnos, trabajar en esto. Pero no hubo mutuo concenso, no sé, es como estar en el Titanic en proceso de colapso y uno se pone a cargar un costal de arena mientras el otro sólo atina a tocar el violín. No es que nadie haga nada, pero dichas acciones no están coordinadas y mucho menos salvarán a nadie.
En las crisis matrimoniales se necesita mucha sabiduría, amor y fortaleza. Yo carecía de todo aquello, estaba tan seca. Simplemente no podía más.
La Cornalina es una piedra calcedonia que provee de 3 cosas que yo necesité tanto en aquel entonces: Elocuencia, coraje y curación. Ayuda a aceptar emocionalmente la realidad, otorgando mayor confianza en si mismo, posibilitando de esta manera superar adversidades y tomar las cosas con mayor madurez. Es la piedra del equilibrio, de la paz del espíritu, la que aleja la cólera y las fuerzas agresivas. Para los turcos, es la piedra que libra de todo tipo de hechizos y para los árabes, infunde valor en las batallas y otorga coraje al enfrentar una situación de peligro.
Entonces junté coraje, hice a un lado todas las distracciones mentales y aquellas cosas que prolongan la agonía. Miré hacia adentro y entendí que si seguíamos en esto, uno de los dos moriría por completo. Él tampoco era feliz, aunque me dijo hasta el último que me amaba, no era feliz porque sino no hubiera hecho las cosas que hizo en nuestro hogar. Yo, yo aún contenía amor pero no podía amar, era un trapo, no una esposa.
Qué refrescante fue encontrar mi herida, entonces había empezado la sanación. Dios bendiga al Dr. S. por ver más allá de las apariencias, ser lento en juzgar y pronto en comprender.
Ahora, era hora de soltar el costal de arena, el destino del Titanic fue desde siempre naufragar, pero yo lucharía para que el destino de nosotros (los tripulantes) sea diferente.
REALIDADES PRÁCTICAS
- Darse cuenta que todo conflicto o encrucijada que se atraviesa, puede ser un terreno fértil para sembrar un campo de batalla o un campo de margaritas.
- Entender que en algunos casos lo que duele más no es una mala decisión sino no tomar ninguna acción.
- Recordar que más doloroso aún es no tener una opción.
- Toma una decisión y si no hay opción, crea una.
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