Hoy quiero quitarme toda concepción. No hay nada más que una mujer y el mundo. Me pongo a pensar en mis congéneres y pienso en lo feliz que sería si recordáramos que lo que nos hace femeninas es ser Una con la Naturaleza, el barro, la Luna, el agua, la Noche.
Entonces aprenderíamos a andar descalzas por la vida, sintiendo el suelo en nuestra piel a cada paso, el contacto de la Madre Tierra sosteniéndonos y proveyendonos el sustento y firmeza que ningún amante, esposo, hijo o compañero podrá jamás brindarnos. Podríamos entonces comer también cada fruto, vegetal, hierba o animal con las manos, embarrarnos el rostro, ensuciarnos las manos hasta saciarnos y en ese gimoteo reconocer que la chispita de vitalidad nuestra no dista mucho de aquello de lo que nos alimentamos. Que todo es energía manifestada en diferente forma.
Veríamos que no somo hechas de una costilla, no somos rígidas sino más bien moldeables cual barro. Permitirnos errar, levantarnos, volver a empezar. Construirnos y destruirnos cuantas veces se nos de la gana, cuantas veces hayamos de hacerlo, una y otra vez hasta que entendamos que fuimos perfectas desde el inicio pero eran necesarias las vueltas en el torno y arder también en el horno.
Podríamos reconocer también nuestros cambios, nuestros ciclos. Nos permitiríamos ser efervescentes en crescendo, empoderadas cual plenilunio, menguantes cuando habemos de introspectar y ausentes en silencio cuando habemos de cosechar verdades en nuestro interior.
Podríamos entonces fluir cual cascada, derrumbar ciudades cual tsunami o crear vida alrededor nuestro cual riachuelo. Ser diáfanas cual manantial o simples como un vaso de agua. Entender que por donde pasemos siempre dejaremos huella.
Podríamos finalmente aceptar también nuestra noche, ver lo masculino en nosotras, lo prohibido, lo brujo, lo desfachatado, lo loco, lo salvaje. Soltaríamos más nuestro cabello, abriríamos nuestras piernas, brindaríamos más abrazos. Entonces dejaríamos esa estructura de la víctima, la caperucita, la necesitada de honras y respeto; nada se exige! ni lealtad, ni cariño, ni cercanía, ni mucho menos amor. Si has de exigirlo, nunca fue tuyo.
Dejar atrás también la estructura de muñeca, de santa, de virgen o de esposa; esa imagen de la mujer de adorno plastificada creada y perennizada no sólo por los hombres sino también por todas las mujeres que tuvieron miedo de aceptar su oscuridad. Después de todo, si la noche en las mujeres se estableciera como día, qué le quedaría al hombre y al resto de mujeres en negación? tendrían que salir de su zona de confort. Por eso el feminicidio, el sometimiento y la violencia de género. Nos saben más fuertes, nos saben capaces de mover el mundo. Los hombres lo empujan pero nosotras somos el por qué lo empujan. Sufrimos en muchas partes del mundo, sí; pero al final nadie puede callarte ni asesinarte tanto como tú misma.
Es tonto negarse, es tonto ignorarse, es tonto disimular y asumir el rol de la "Mujer Digna". No hay mujer más engañada y engañosa que la mujer digna. La dignidad no la da el recato ni las buenas costumbres, la dignidad y la bondad sólo vienen con la Verdad. Lo lascivo, lo mágico, lo salvaje también es digno si es tu verdad. Lo maternal, hogareño y artesanal también es digno si es tu verdad. No hay que negarse a una misma, sea cual sea tu esencia. Mujer, abraza tu lodo, tus noches, tus aguas, tus flores en botón o las marchitas. Llora, ríe, perdona, comprende, lee, ten orgasmos, duerme, baila y también pare, pare sueños, proyectos, niños, arte.
No te acabes nunca. Es tu naturaleza.
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