miércoles, 12 de noviembre de 2014

Gema #2: Granate

Cuando iba a cumplir 8 años, aún ignoro por qué, mis padres decidieron hacer una fiesta de cumpleaños maravillosa. Me compraron este bello traje rosado, con lentejuelas, perlitas y un lindo volado en la parte baja. Mandaron a hacer un pastel con flores y ositos, tendría 3 pisos, invitarían a mucha gente y yo estaba fascinada con la idea de todo aquello.

A decir verdad, nunca he tenido miedo de ser el centro de atención o hablar en público. Como somos varios los primos en mi familia y, en aquellos tiempos, eso significaba varios niños en los cumpleaños; por lo que solíamos hacer actuaciones en las fiestas o reuniones familiares. Cada quien exponía un talento particular en esas presentaciones y también armábamos sketches inspirados en el chavo del ocho o capítulos del bugs bunny, ya sabes, como esa de "Es temporada de patos, de conejos, de patos, de conejos". Ordenábamos las sillas en la sala a manera de butacas y los adultos tenían una o más horas disfrutando nuestro despliegue de talento. Después pasábamos una vasija donde recolectábamos propinas y luego las dividíamos y comprábamos golosinas; los que tenían visión a largo plazo compraban algún pececito en la tienda que quedaba como a 3 cuadras de la casa de mi abuelo.

Teniendo este trajinado, consistente y válido background artístico #HellYeah, me consideraba obligada a presentar un acto excepcional en el día de mi cumpleaños #8, a todas las personas que tendrían la gentileza de asistir a mi fiesta. Además, esa noche mi madre me dejaría usar lipstick, tenía que sacar provecho!

Entonces armé este moderno y fabuloso mix de canciones de moda de la época (canciones de Lucero, Thalia y creo que también. Martha Sanchez; tú sabes "Arena y sol, el mar azuuuul...") El tiempo quedaba corto así que tenía que ensayar al máximo, entonces cantaba en mi cuarto después de hacer mis tareas y luego en la noche, cuando estaba en la tranquilidad de mi camerino/dormitorio. Para resumir las cosas, mis ensayos consistían en cantar frente al espejo, sosteniendo el típico cepillo de cabello cual micrófono inalámbrico, haciendo gestos cual Rocío Durcal en el Madison Square Garden, soltando todo tipo de sonido avícola (gallos) que me venga en gana. En mi cabeza yo me escuchaba sensacional, espectacular, así que cada vez lo hacía con mucho más ahínco. Así proseguí por una noche o dos, hasta que a la tercera, en la mitad de "María la del Barrio" (soyyyyy, bum bum tá) mi hermano mayor gritó desde su habitación en el otro extremo del pasillo:

Por favor, ya no más! Cantas horribleeeeeee!

No podría describir el impacto que tuvieron en mi esas palabras. No tuve coraje de responderle, decirle que calle a su abuela, entender que el problema era más que nada la hora, explicarle lo importante que era para mi cantar o a fin de cuentas reirme y seguir al día siguiente. Simplemente me quedé callada y no canté.

Con el paso de los años me ha sido difícil defender mi punto de vista o mis deseos en voz alta frente a las personas, que yo consideraba, con mayor autoridad, sabiduría o peso que yo. Como en el caso de mi hermano mayor, mis padres y algunas otras pocas personas más. Lo bravo o contraproducente de esto era que yo pensaba que al callar aquellas cosas que tuviera por compartir o defender, estaba protegiéndome a mi misma. Pensaba que si guardaba mis sentimientos, mis intereses o ideas, estaba protegiendo a fin de cuentas mi corazón. Nada más erróneo que aquello.

Lo curioso es que recién después de años caigo en cuenta que toda esa inseguridad de hablar con el corazón, venía desde ese evento en particular. No es que yo tenga problemas de autoestima o que dude de mis ideas. A decir verdad siento que mis ideas son mucho mejor a veces que las de aquellas personas que respeto, y al fin y al cabo ya llevo buen tiempo viviendo acorde a mis propias ideas. Pero será mi sentido de comunidad o de expresar las cosas, que el hecho de no poder compartir en voz alta mis pensamientos con las personas que más quiero, me causaba un dolor tan sutil como agudo. 

El granate afila tus percepciones de ti mismo y de los demás. Disuelve aquellos patrones de conducta que tenemos muy arraigados, que ya no nos sirven y que nos impiden evolucionar, superando la resistencia y el sabotaje inconsciente. Nos ayuda a abandonar las viejas ideas obsoletas y libera las inhibiciones y tabúes, abriendo el corazón y aumentando la confianza en uno mismo.

Actualmente pongo las cosas en perspectiva y caigo en cuenta que pueden haber tantas cosas que se pueden dejar de hacer o vivir, porque actuamos en función a una herida o suceso que nos marcó tan fuerte desde la infancia, cuya experiencia resumimos en una idea o conclusión final; y ya en la edad adulta seguimos llevando dicha conclusión como una especie de dogma. Pero, cayendo en la cuenta, el raciocinio de un niño es completamente diferente, muy polarizado. No es que no sea de fiar, sino que la visión con la que se sacan las conclusiones pueden ser muy tubular. Es bueno poner las cosas en perspectiva y darse cuenta de esta pequeña diferencia.

Y vaya que es bueno darse cuenta.


REALIDAD PRÁCTICA
  • Identifica aquellas ideas o concepciones que tienes respecto a ti mism@ que consideres las más limitantes. 
  • Acuérdate cuando fue la primera vez que dicha idea se sembró en tu mente. 
  • Cuestiona la validez de esa idea hoy en día, tras las experiencia que tienes ahora. 
  • Abandónalas.




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